
Pocas veces ocurrió un hecho tan extraordinario como el que protagonizó Néstor Lupín , individuo que nació a los 72 años - hace esto 72 años - en una perdida aldea de la Patagonia argentina, conocida como Río Gallegos. Anciano ya, de lecho humilde, Néstor mostró una excelente predisposición para convertirse en jubilado de privilegio, cosa que logró no bien tuvo todos los papeles en órden como lo requería todo político intrascendente.
Pasado el tiempo y a medida que rejuvenecía, su espíritu emprendedor lo llevó a ocuparse de la política demagógica, incluyendo una minuciosa y sistemática persecución de la gente de campo. Obtuvo la intendencia de su aldea, luego la gobernación de su provincia petrolera, enviando sus ganancias a Suiza, y hasta desempeñó el puesto de Presidente de éste país Austral en el Fin del Mundo, donde sus virtudes de diplomático, hombre de diálogo y estadista lo caracterizaron; recibiendo varias distinciones de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa)por su promoción inclaudicable de la difusión de la libertad de prensa.
Tan grato le era ese puesto, que permaneción en él no menos de veinte años (tanto como presidente, expresidente y titiretero de presidentes), en tanto se especializaba en dar discursos vacíos, profundizar amistad con el Gran Presidente Petrolero Caribeño de amplitudes democráticas extraordinarias, pero lamentablemente hombre mudo que jamás se pudo expresar en discurso alguno. A los 33 años sin dudarlo un instante, se inscribió en la Facultad de Derecho la Universidad Nacional de la Plata. Era tan estudioso Néstor Lupín que casi una década después ingresaba al Bachillerato, con notas sobresalientes, alentando ya la firme intención de no detenerse hasta cursar las primeras letras en Saliita Celeste.
Signado por una voluntad a toda prueba - lo cual era motivo de preocupación de sus padres - Néstor (a quien sus amigos llamaban pingüinito) alcanzó la meta a la edad de 5 años, o sea cuando la mayoría de los niños comienza a tener conciencia del mundo. Pingüinito situó por ese entonces los últimos recuerdos de su madre, una mujer de pocas luces pero hacendosa, buena ama de casa y mejor compañera de su marido. En la actualidad el matrimonio vive con ansias el prolegómeno de un momento especialísimo.
La señora está recupernado poco a poco su silueta estilizada, y en tanto aguarda el momento de la definitiva ingravidez, dedica sus días a ver televisión y a destejer mañanitas y escarpines color celeste, infatigablemnete.
(*) Adaptación del cuento "El hombre regresivo" del libro "las paralelas no se tocan, nene" de Norberto Firpo.