viernes, 12 de agosto de 2011

Reivindicación del Caballero


Ante tantos blogs feministas de mujeres despechadas que atacan a la forma de ser masculina y sus actitudes, sin destacar sus virtudes sino inventando defectos inexistentes, incluso tildándolos de machistas, no me queda mas remedio que salir en defensa de los caballeros con la siguiente historia, por una justa reivindicación y en el que cualquier parecido con la realidad es verdad:

LA MUJER DEL HEPÁTICO (*)

"No, señor oficial, el Heriberto no tomaba. Es decir tomaba a veces. En las fiestas, por ejemplo. En la fiesta de compromiso de mi ahijada la Teresa, que fue el mes pasado. Allí se puso un poco achispado y después bien que vomitó todo. En casa nada por recomendación del doctor Fuentes, lo habrá oído nombrar, vive en la otra cuadra, que lo trataba del hígado porque el pobre Heriberto sufría de la bilis y eso parece que lo trastornaba tanto que aquí estamos todos al borde de la locura.

"Viera, cuando la Perlita, la mayor de nuestras nenas, esa que está sentada debajo de la higuera, se ponía al piano, él ya se volvía una furia y soltaba una sarta de guarangadas y se iba a la placita. La Perlita tuvo que dejar de estudiar el piano, allí que ahora el piano de vista, y eso que era muy buena alumna y que la profesora decía que tenía una mano como para concertista. El hígado es tan traicionero, ella se sentaba en el taburete y a él ya le atacaba. Siempre fue un poco cascarrabias, es cierto,y más desde que se jubiló, pero últimamente estaba imposible y se ponía a gritar y yo, bueno, me sacaba de las casillas que quiere.

"Desbocado fue siempre, hay que reconocerlo. Era un basilisco, y por pavadas que una persona normal tolera tranquilamente. Que no sabía cocinar, que no le planchaba las camisas, que las chicas no le obedecían, que ésto, que lo otro. No digo que a veces no tuviera razón, pero hay maneras. Lo de cocinar, por ejemplo. Mi finado papá era una persona de posición y yo de soltera jamás había puesto los pies en la cocina. Y lo de las camisas, francamente había un poco de capricho de mi parte por su afán de presumir, cuarentón como era, fíjese, me hacía dudar de su fidelidad.

"Tenía motivos, sabe, porque cuando lo subieron a jefe de mesa de entradas le pusieron una secretaria que no era muy trigo limpio, me entré que ni sabía escribir a máquina. Una flaca oxigenada que al Heriberto lo tenía medio engatusado,estoy segura, viera señor oficial cómo se molestaba cuando yo le decía alguan cosita. Hombre al fin. Son los tiempos, ya no les importa que uno sea seria y de su casa, al contrario, ahora corren contentos detrás de ésas locas.

"Discutimos muchísimo por ésa cuestión señor oficial, hasta que un buen día me voy a al gerencia, hablo con el gerente y hago cambiar a esa mosquita muerta por un muchacho. ¿Se cree que Heriberto me lo agradeció? Una semana estuvo sin hablarme, era para carnaval, me acuerdo porque a la Tota, la del medio,le dio una pateadura le fue a pedir unos pesitos para hacerse un disfraz de dama antigua, que yo después tuve que hacerle baños de asiento.

"Últimamente había bajado unos kilos, tenía los ojos hundidos y amarillos y yo le quité el vicio del cigarro. No me importba, le juro,que nos apestara con el humo de sus tagarninas, lo hice por su salud. Bien sabía él lo que le pasó al dependiente del mercadito por fumar como un murciélago. Por otra parte, si un hombre no tiene voluntad y se deja arrastrar por el vicio, allí debe estar su mujer, me parece. No me lo agradeció tampoco y al contrario,echaba chispas que descubría que yo le había tirado cigarros por el inodoro.

" O sea por una causa o por otra, casi no nos dirigíamos la palabra, y cuando abría la boca era sólo para protestar. Protestaba porque era mi costumbre escuchar las novelas de la televisión a la tarde, o porque usaba sus anteojos para leer, o porque lo destapaba de noche. Hasta me propuso que compráramos camas separadas, pero yo me opuese, claro, era un insulto. ¿Usted me ve tan gorda para no poder compartir una cama con mi marido? Ah, no, esa vez me desahogué en forma, soy joven todavía, y no hay derecho que a una la ofendan en lo más íntimo. Hasta las nenas se despertaron por los gritos y se pasaron la noche llorando.

" Mi amiga la peluquera me dijo que eso demostraba que en su vida había alguna otra, así que a los pocos días, no bien me entregó el sueldo, fui y le puse un detective particular. Un dineral me gasté, hasta los ahorros para el lavarropas. El detective no descubrió nada, o por lo menos eso es lo que me dijo, porque ningún hombre es de confiar y en una de ésas me ocultó algo, tonta de mi. Leí en el Selecciones que los maridos engañan a sus mujeres desde el tercer año de matrimonio y nosotros íbamos por el dieciseis, pero eso me dijo y tuve que creerle. Mi madre era muy celosa, porque mi padre era terrible, hasta que se rompió una pierna una vez que tuvo que tirarse de la ventana; y parece que yo la heredé, no sé si es una desgracia. Pero de todas maneras yo les abriré los ojos a mis hijas el día de mañana, y le estuve dando algunos consejos a la Teresa, la del compromiso, porque debemos estar en guardia en ésta época de tanta inmoralidad.

"Es horrible. El pobre Heriberto era tan ingenuo de soltero, mil veces me juró que yo fui su única mujer, y vea cómo se echó a perder. Eso de que las mujeres somos el sexo débil es pura mentira...

"Pero termine usted ese café que ya debe estar casi helado...

El oficial se puso de pie, se pasó un pañuelo por la frente, se espantó una mosca de la escuadrilla que revoloteaba en torno a las coronas. Echó un vistazo a la capilla ardiente, saludó y se fue.

Cuando llegó a la seccional, el comisario le preguntó:
- ¿Y?
El oficial contestó:
- Suicidio, nomás.


(*)Norberto Firpo, 1972.