
Aunque el ciprés de la cordillera frente a mi se mantiene verde oscuro, arraigado con pasión entre las rocas junto al maitén verde brillante, los raulíes contrastan con sus hojas anaranjandose, y una variedad de tonos verdosos de coníferas en el valle como los pinos , cedros, abetos, pseudotsugas, cedros y cipreses parecen hacer caso omiso a la llegada del otoño en el valle, los erguidos álamos italianos alertan con un fuerte amarillo su ingreso.
Los frondosos coihues en el faldeo del cerro pretenden disimular el cambio de estación con su verdor de sus hojas lanceoladas y aserradas, pero sus primas las lengas en medio de las laderas explotan en un rabioso color rojo morado con magníficos ejemplares de hasta 30 metros que se van achaprrando a medida que suben la montaña.
Las cañas colihues las rodean con su verde claro, esperando pacientes florecer cada 40 ó 60 años, aunque las rosas mosquetas ya sin hojas alertan con sus espinas y frutos rojos rubí que el verano ya fué.
Más arriba tomando la posta de las lengas, sus parientes los achaparrados ñires colorean la cima del cerro con su rojo anaranjado, mezclandose entre las nubes.
Las primeras y delicadas nieves otoñales se ubican entre las filosas rocas de la cima.
Y me gusta compartir Mi otoño con el de Vivaldi, y recorrerlo juntos.